miércoles, 16 de enero de 2013

Adaptación del cuento


TODA CLASE DE PIELES

Érase una vez, en un reino muy lejano, un rey que tenía una esposa con el cabello de oro, y era tan hermosa que no había otra igual en ningún otro reino. Un buen día, ella se puso enferma y, cuando sintió que iba a morir, llamó al rey y le dijo:

    —Si después de mi muerte quieres casarte, prométeme que no tomarás por esposa a otra que no sea tan bella como yo y que no tenga mis mismos cabellos de oro.

El rey estuvo apenado y triste durante mucho tiempo, y no pensó en tomar otra mujer. Finalmente dijeron los consejeros:

    —No hay otra salida. El rey debe casarse de nuevo para que tengamos una reina y, sobre todo, un heredero al trono.

El rey mandó enviar mensajeros por todos los reinos y por la nobleza para buscar una novia que pudiera igualarse en belleza a la reina muerta. Pero no se pudo encontrar ninguna que fuera igual de bella que su amada recientemente fallecida. Así que los mensajeros regresaron con las manos vacías sin cumplir el encargo, menos uno.

El rey tenía una hija llamada Alicia, que era tan hermosa como su madre y tenía sus mismos cabellos de oro. Cuando se hizo mayor, la contempló y se dio cuenta de que su hija siempre hacía todos los deberes y sacaba buenas notas, pero él nunca le había regalado nada por ello. El rey estaba siempre tan ocupado que casi nunca le hacía caso y eso le hizo recapacitar.

Para poder recompensar a su hija, por todo ese tiempo perdido con ella, y todas las buenas notas que le pudo entregar sin recibir nada a cambio, le ofreció cuatro deseos con el fin de intentar recompensarla.

    Entonces su hija le pidió a su padre esos deseos:

    —Quiso tres trajes que nunca pudo tener: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas; luego quiso un abrigo de toda clase de pieles. Cada animal de vuestro reino debe dar un trozo de su piel para confeccionarlo.

El rey no cedió, y las doncellas más hábiles del reino tejieron los tres vestidos: uno tan dorado como el sol, otro tan plateado como la luna y el tercero tan brillante como las estrellas. Y sus cazadores apresaron a todos los animales del reino y le quitaron a cada uno un trozo de su piel; con ellos se hizo un abrigo de toda clase de pieles.

Finalmente, cuando todo estuvo preparado, el rey hizo traer el abrigo, lo extendió ante ella y dijo:

    —Aquí lo tienes hija mía. Por haber sido una chica tan buena, estudiosa y bondadosa.

Era una niña muy feliz con su padre, pero iba a durar poco tiempo.

A la mañana siguiente, el caballero que todavía no había regresado, lo hizo acompañado de una mujer llamada Úrsula cuya belleza era tan grande como malvados eran sus pensamientos.

Úrsula logró casarse con el rey y, a partir de ese momento, empezó a hacerle la vida imposible a Alicia, que  vio que no había esperanza alguna de cambiar los sentimientos de su padre y tomó la decisión de huir en la noche, mientras todos dormían. Se levantó y cogió tres de sus tesoros: un anillo de oro, un torno de hilar de oro y una devanadera de oro; metió los tres vestidos de sol, de luna y de estrellas en una cáscara de nuez, se puso el abrigo hecho con toda clase de pieles y se tiznó la cara y las manos. Luego partió, andando toda la noche hasta que llegó a un gran bosque en el que pudo divisar un cartel en el que ponía: ¡Peligro! Como estaba muy cansada, se tumbó en un tronco seco y se durmió con el abrigo de toda clase de pieles puesto.
Esa noche, Alicia no sabía que la estaban observando hombres lobo hambrientos de carnaza real. Cuando se disponían para atacarla aparecieron cazadores que solían cazar por la zona ese tipo de animales. Tuvo mucha suerte.

El rey de ese bosque mandó apresarla viva.

Al apresar los cazadores a la joven, ésta se despertó sobresaltada y les dijo:

    —Soy una pobre criatura, abandonada de padre y madre; compadeceos de mí y llevadme con vosotros.
Entonces ellos dijeron.

    —«Toda-clase-de-pieles», tú sirves para estar en la cocina; vente y barrerás la ceniza.
Así pues, la sentaron en el carruaje y la llevaron hasta el palacio real. Le asignaron un zulo bajo la escalera, donde no entraba la luz, y dijeron:

    —Animalillo salvaje, ahí puedes vivir y dormir.

Luego la enviaron a la cocina y ella hacía las labores propias de una sirvienta.

Así vivió «Toda-clase-de-pieles» pobremente durante mucho tiempo.

Pero sucedió que una vez se celebró una fiesta en el palacio, y ella le dijo entonces al cocinero:

    —¿Puedo subir y mirar un poco? Me colocaré y me pondré detrás de las cortinas.

El cocinero dijo:

    —Ve, pero en media hora tienes que estar de vuelta y recoger la cocina.

Alicia fue a su zulo, se quitó la piel y se lavó el hollín de la cara y las manos, de manera que su belleza volvió a salir a la luz del día. Luego se puso el vestido que brillaba como el sol. Hecho esto, subió a la fiesta y todos le cedían el paso, pues nadie la conocía y pensaban que era una princesa. El rey le salió al paso, le dio la mano y bailó con ella pensando para sí: «Nunca he visto otra mujer más hermosa.»
Terminó el baile, se inclinó y, cuando el rey miró a su alrededor, había desaparecido sin que nadie supiera a dónde había ido. Se llamó a los vigilantes que estaban ante palacio, pero nadie la había visto. Entre tanto, ella fue a su zulo, se quitó rápidamente el vestido, se tiznó la cara y las manos, se puso el abrigo de pieles, y otra vez quedó convertida en «Toda-clase-de-pieles». Cuando llegó a la cocina y quiso ponerse a trabajar y barrer la ceniza, dijo el cocinero:

    —Déjalo hasta mañana. Hazme la sopa para el rey, y vete a dormir.

El cocinero se fue y la muchacha hizo la sopa para el rey. Le hizo una sopa de pan todo lo mejor que supo y, cuando estuvo terminada, cogió de su zulo su anillo dorado y lo puso en la fuente en la que estaba preparada la sopa. Cuando el baile terminó, el rey pidió la sopa y la comió, y le gustó tanto que pensó que nunca había comido otra igual. Al llegar al fondo de la fuente, vio el anillo de oro y no pudo comprender cómo había llegado hasta allí. Entonces ordenó al cocinero que se presentara ante él. El cocinero se asustó cuando oyó la orden y le dijo a «Toda-clase-de-pieles»:

    —Seguro que has dejado caer algún pelo en la sopa.

Cuando llegó ante el rey, éste le preguntó quién había preparado la sopa. El cocinero respondió:

    —¡La he preparado yo!

Pero el rey dijo:

    —No es verdad; estaba hecha de otra manera y mejor que otras veces.

El cocinero contestó:

    —Tengo que confesar que no la he hecho yo, sino el animalillo salvaje.

Dijo el rey:

    —Hazla que suba. Y a ti te desterraré de mi reino por haberme mentido.

Cuando «Toda-clase-de-pieles» llegó, le preguntó el rey:

    —¿Quién eres?

    —¡Yo soy una pobre criatura que no tiene padre ni madre!

El siguió preguntando:

    —¿Para qué estás en mi palacio?

Ella contestó:

    —Para nada bueno, solamente para que me traten como una sirvienta y esclava.

El siguió preguntando:

    — ¿De dónde has sacado el anillo que estaba en la sopa?

Ella contestó:

    —No sé nada de ese anillo.

Así que el rey no pudo aclarar nada y le dijo que se fuera.

Pasado algún tiempo, se celebró de nuevo una fiesta, y «Toda-clase-de-pieles» le pidió a la nueva metre que había allí que la dejara mirar en la fiesta que allí se celebraba.

    —Sí —contestó ella—, pero vuelve dentro de media hora y hazle al rey la sopa de pan que tanto le gusta.
Ella se dirigió entonces a su zulo, se lavó velozmente, sacó el traje que era tan plateado como la luna, y se lo puso. Subió y parecía una princesa. El rey salió a su encuentro y se alegró de verla de nuevo y, como empezaba en ese momento el baile, bailaron juntos. Pero cuando terminó el baile, desapareció tan rápidamente que el rey no pudo ver a dónde se dirigía. Y, nuevamente, la perdió de vista.

Ella corrió a su zulo mal oliente y se convirtió de nuevo en animalillo salvaje y fue a la cocina para preparar la sopa de pan. Aprovechando que la metre estaba arriba, cogió el torno de hilar de oro y lo metió en la fuente, de tal manera que preparó la sopa por encima del torno. Luego se la llevaron al rey, que la comió y le supo tan rica como la vez pasada, e hizo venir al cocinero, que tuvo que confesar de nuevo que «Toda-clase-de-pieles» había preparado la sopa. «Toda-clase-de-pieles» se presentó de nuevo ante el rey, pero ella contestó que solamente estaba allí para que le mandasen órdenes y que no sabía nada del torno de oro.

El rey organizó una fiesta por tercera vez, y pasó lo mismo que las veces anteriores. De modo que la metre le dijo:

    —Siempre echas algo a la sopa para que esté muy rica y le sepa al rey mejor que la que hago yo.

Pero como se lo pidió tan insistentemente, la dejó ir un rato. Se puso el traje que brillaba como las estrellas y entró con él en la sala. El rey bailó nuevamente con la hermosa doncella y pensaba que nunca había estado tan hermosa. Mientras bailaban, sin que ella se diera cuenta, le puso en el dedo un anillo de oro. Había ordenado que el baile durara mucho tiempo y cuando éste se acabó, quiso retenerla por las manos, pero ella se soltó y se mezcló entre la gente tan rápidamente, que desapareció de su vista. Corrió todo lo que pudo hasta su zulo, bajó la escalera, pero como se había entretenido mucho más de media hora, no pudo quitarse el hermoso traje, sino que se echó el abrigo de pieles sobre él, y con la prisa no se tiznó del todo, sino que un dedo se le quedó blanco. «Toda-clase-de-pieles» se dirigió corriendo a la cocina, hizo la sopa de pan para el rey y en un momento en que el cocinero salió, puso el anillo de boda de su madre en la sopa.

De repente, mientras el rey tomaba la sopa, no se dio cuenta que, en su última cucharada, estaba el anillo de boda de la madre de Alicia; por lo que se lo tragó de forma accidental y se atragantó con él.

Alicia desesperó y, por más intentos que quiso hacer para que echara el anillo, no hubo forma. El rey falleció por atragantamiento y Toda clase de pieles huyó de ese reino para buscar una nueva vida.

ELEMENTOS ADAPTADOS AL CUENTO.

Este cuento lo he adaptado para chavales con edades entre los 8 y los 12 años. Es decir, es un cuento para niños del segundo y del tercer ciclo de primaria.

El motivo por el cual quise adaptar la parte en la que el rey le regala los trajes a su hija no fue otro que hacerles ver a los chavales, que estudiando y haciendo las cosas que debe hacer cada uno, y siendo responsables con sus cosas, podrán esperar más regalos que siendo vagos y suspendiendo.

He querido evitar la parte en la que el rey se empeña en casarse con su propia hija, debido a que, en mi opinión, queda un poco fuera de lugar y sin sentido para los chicos. Sin embargo, lo he adaptado de tal forma que aparece en escena una mujer malvada que se casa con el padre de Alicia y que es el motivo por el cual, la hija del rey, huye del reino.

Otro aspecto adaptable es la parte en la que aparecen hombres lobo en el bosque. Pensé que esa escena estaría bien para ponerle al cuento un poco de suspense y de tensión para que los chicos no se aburriesen de la narración, debido a su extensión. Con esa parte quise llamarles la atención de forma que no desconectasen del cuento hasta el final.

Por último, como toque final, quise matar al rey de forma inesperada con el atragantamiento del anillo para, posteriormente, al finalizar el cuento, escuchar las opiniones de los alumnos acerca de qué les hubiese gustado que pasase en el cuento. Y si alguna de esas opiniones coincidía con la versión original.

1 comentario: